Abrázame, con suavidad, que tus manos me envuelvan centímetro a centímetro mientras tus dedos recorren mi piel. Siente como soy tuya en cada beso, en cada caricia, en cada movimiento, mientras la ropa cae como hojas de otoño. La media luz de la vela rasga el velo de la noche con esa intesa picardía precisa para nosotros. Bésame mientras tus manos repasan mis senos, ese pecho que te enloquece, al tiempo que tus ojos degustan la escena. Entre las sábanas piérdeme y encuéntrame una y mil veces, dibujando a la niña inocente de piel blanca, a la mujer de artes galantes curtidas por el tiempo y el desatino propio de la inmadurez. Trázame a tu voluntad, pues me sabes tuya, consigue que pierda la cabeza, la cordura y cualquier recato en una danza suave. Entrégate a mí, amante, con la paciencia de quien es sabio, con el desenfreno de quien es joven, con las ganas del descubrimiento, aunque ya no sea una novedad. Pero cada trazo de tus dedos sobre mi piel es nuevo. Dibujáme de nuevo, a golpe forjado de besos y caricias. Está la noche entera por delante. Resbala el hielo por toda mi silueta mientras me estremeces en el misterio de tu amor. Abrázame, con suavidad, que tus manos me envuelvan centímetro a centímetro, mientras el sueño se apodera de nostros en la paz de quien está satisfecho y se sabe amado. Abrázame y no me sueltes, nunca.
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martes, 24 de mayo de 2011
Sobre el Amor
Los amorosos callan. El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el
más insoportable. Los amorosos buscan, los amorosos son los que abandonan, son
los que cambian, los que olvidan. Su corazón les dice que nunca han de
encontrar, no encuentran, buscan. Los amorosos andan como locos porque están
solos, solos, solos, entregándose, dándose a cada rato, llorando porque no
salvan al amor. Les preocupa el amor. Los amorosos viven al día, no pueden hacer
más, no saben. Siempre se están yendo, siempre, hacia alguna parte. Esperan, no
esperan nada, pero esperan. Saben que nunca han de encontrar. El amor es la
prórroga perpetua, siempre el paso siguiente, el otro, el otro. Los amorosos son
los insaciables, los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos. Los amorosos
son la hidra del cuento. Tienen serpientes en lugar de brazos. Las venas del
cuello se les hinchan también como serpientes para asfixiarlos. Los amorosos no
pueden dormir porque si se duermen se los comen los gusanos. En la oscuridad
abren los ojos y les cae en ellos el espanto. Encuentran alacranes bajo la
sábana y su cama flota como sobre un lago. Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo. Los amorosos salen de sus cuevas temblorosos,
hambrientos, a cazar fantasmas. Se ríen de las gentes que lo saben todo, de las
que aman a perpetuidad, verídicamente, de las que creen en el amor como una
lámpara de inagotable aceite. Los amorosos juegan a coger el agua, a tatuar el
humo, a no irse. Juegan el largo, el triste juego del amor. Nadie ha de
resignarse. Dicen que nadie ha de resignarse. Los amorosos se avergüenzan de
toda conformación. Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla, la muerte les
fermenta detrás de los ojos, y ellos caminan, lloran hasta la madrugada en que
trenes y gallos se despiden dolorosamente. Les llega a veces un olor a tierra
recién nacida, a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas, a
arroyos de agua tierna y a cocinas. Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida, y se van llorando, llorando, la hermosa vida
~~Jaime Sabines~~
He hablado de
Amor,
Grandes maestros,
Poesía
Distancia
Sola estando contigo.
Solo estando conmigo.
La distancia se va filtrando
Y todo se queda en la superficie
Porque hay cosas más importantes
Para consolidar algo mejor
Y mientras te dejo un rato, guardado
Y mientras me dejas, olvidada.
Ante la idea de que me tienes
Ante la idea de que te tengo
Pero sin seguir cultivando nada
entre nosotros, sólo la distancia
Y entonces al final ¿qué?
¿Serás un extraño al que digo querer?
No quiero ya no conocerte
Y no quiero que me alejes
La distancia se va filtrando
Es como la humedad en mi corazón
Plática sencilla, sin profundidad
Sin amar...
Escuchar, poner al otro primero
¿Es tan difícil acaso?
Matar al orgullo, saber esperar
Y no dejar a la distancia entrar.
Cosas que nunca aprendí
Pero quiero aprender
Quiero ser
quiero estar
Sin temores, sin miedos, sin odios...
¿Podemos volver a empezar?
La distacia es lo que me queda
y puedo seguir haciendo mi vida
y puedes seguir haciendo la tuya
¿será conmigo incluida?
El enamoramiento murió
¿no debe empezar el amor?
Sin egocentrismos,
sin miedos, sin distancia...
Porque si sigue la distancia
Entonces no queda nada
Solo estando conmigo.
La distancia se va filtrando
Y todo se queda en la superficie
Porque hay cosas más importantes
Para consolidar algo mejor
Y mientras te dejo un rato, guardado
Y mientras me dejas, olvidada.
Ante la idea de que me tienes
Ante la idea de que te tengo
Pero sin seguir cultivando nada
entre nosotros, sólo la distancia
Y entonces al final ¿qué?
¿Serás un extraño al que digo querer?
No quiero ya no conocerte
Y no quiero que me alejes
La distancia se va filtrando
Es como la humedad en mi corazón
Plática sencilla, sin profundidad
Sin amar...
Escuchar, poner al otro primero
¿Es tan difícil acaso?
Matar al orgullo, saber esperar
Y no dejar a la distancia entrar.
Cosas que nunca aprendí
Pero quiero aprender
Quiero ser
quiero estar
Sin temores, sin miedos, sin odios...
¿Podemos volver a empezar?
La distacia es lo que me queda
y puedo seguir haciendo mi vida
y puedes seguir haciendo la tuya
¿será conmigo incluida?
El enamoramiento murió
¿no debe empezar el amor?
Sin egocentrismos,
sin miedos, sin distancia...
Porque si sigue la distancia
Entonces no queda nada
La Luna y la Bruja
Triste, tan triste, pero ante todo, tan sola, caminando bajo la luz de la Luna llena y saboreando la noche salada, Amaranta se dirigía al borde del acantilado. El mar rugía abajo, saludándola con fuerza. Era curioso saber que el mar, tan añejo, seguía teniendo la ferocidad propia de la juventud impetuosa. Amaranta sonrió esa sonrisa de lado, torcida, quebrada. Esa sonrisa que bien le habían dicho vidas atrás que guardaba más dolor que alegría, más silencios que palabras, más tristeza que paz. Quitándose el ondulado cabello atrigado del rostro, miró al cielo y estiró los brazos, formando una cruz con su propia silueta. La Luna, curiosa e inquieta, la había contemplado en silencio desde su fase creciente hasta el día de hoy.
--¿Qué pasa por tu mente, bruja?-- habló con voz argentina desde el cielo.
Amaranta abrió los ojos y dejó caer los brazos. Su rostro inescrutable contemplaba el redondo semblante lunar.
--Todo ha terminado para mí. Es hora de alzar el vuelo.
--Pero si llevas volando años, bruja. Al menos eso decían tus cantos y tus bailes.
--Era, como todo, un engaño, un sueño fugaz y nada más.
--¿De verdad quieres regresar a mí? Sabes que una vez hecho eso, no hay marcha atrás. Ni siquiera por él. Ni aunque él se sacrifique.
--No importa, no lo hará, simplemente no importa.-- era apenas un susurro cantarino, como cristal quebrado; era obvio que contenía el llanto.
--Ustedes los humanos siempre tan inconformes, bruja. No es el fin del mundo.
--Para mí lo es.
--No puede ser tan...
--¡Oh, sí que lo es!--arremetió Amaranta, con una silenciosa furia,-- le di mi corazón. Sintió tal seguridad que dejó que todo pasara sin pena ni gloria. Él tiene mi vida y no le interesa, no lo ve, no lo siente.
--Pero, bruja, él te ama.
--Ama la idea de amarme.
--No seas imprudente.
--Imprudente ya he sido.
--Bruja, ¿es que se te ha olvidado todo lo que has aprendido en tu paso por la Tierra? ¿Es acaso que tu memoria es tan corta que no alcanza más que para lo recién acaecido?
Amaranta bajó la mirada. Las lágrimas corrían por sus mejillas con libertad y eso la molestaba. Era tan débil, tan frágil. Era humana. Y a veces lo odiaba con toda su alma.
--Bruja...--la Luna guardó silencio por un momento. Amaranta estaba de rodillas, en el borde del acantilado, llorando sin control, apretando los puños. La Luna la alcanzó con uno de sus rayos más brillantes, para consolarla.-- Oh, humana, calma ya. Malo fuera que no te doliera. No seas imprudente. No te arrepientas. Dale tiempo...
--¿Al tiempo? Si ya tiene todo el que quiere.
--Oh, mujer, calla y escucha. Dale tiempo a él. Amor, comprensión... y honestidad. Deja de callar. El silencio te mata, porque oculta quién eres.
--Pero cada que hablo se molesta.
--Porque hablas desde el arrebato y callas en la calma. Debería ser a la inversa: callar en el arrebato, hablar en la calma. Cabeza fría y corazón palpitante. Ama, bruja, no te arrepientas de amar, de sentir, de ser humana.
--Para ti es fácil decirlo porque no tienes que lidiar con los sentimientos tan absurdos y molestos, tan confusos y alebrestados, tan, tan...--el llanto ahogó las últimas palabras.
--Tan bellos e inmensos. No, no los siento. No puedo decir que te envidio, pues sentimiento es también, pero sí me pregunto con constancia qué será ser humano, vivir, llorar, amar.
--Es terrible.
--Sólo porque es hermoso. Y duele porque te importa. Y a él también le importa, no creas que no. Ustedes en su afán de ser racionales quieren dejar la parte más importante de lado. Ser inteligente no es ser ajeno a tu naturaleza, bruja. Ser fuerte no es ser ajeno a los sentimientos, es caer y aprender de esa caída. Es vivir y ser feliz y alegre la mayor parte del tiempo. Disfruta lo que tienes. No pienses en lo que no tienes, lo que no posees no está y ya. ¿Para qué lloras por eso que no conoces?
Amaranta se sacudía al ritmo de su llanto. Al borde del acantilado, iluminada por la Luna llena, fue donde él la vio. Llevaba horas buscándola. La Luna sonrió desde las alturas y procuró brillar con más fuerza, para que él no perdiera un sólo ápice de la escena.
Corrió hacia ella y la envolvió con sus brazos de hombre fuerte y joven, de hombre enamorado y preocupado ante la idea de perder a su amada.
--Aquí estás, estás bien, ¿Qué pasa, por qué lloras?
Amaranta al principio quiso resistirse a esos brazos, pero le duró poco la renuencia. Echó los suyos alrededor del cuello de él y se dejó envolver mientras lloraba con fuerza y, ante todo, con sentimiento.
--Tranquila, tranquila-- repetía él en suave murmullo.
La Luna sólo suspiró para sí.
--Ama, bruja, no te arrepentirás.
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