martes, 24 de mayo de 2011

39ª

Estos 39°C me hacen desvariar. La cama flota sobre un mar color acero y yo no soy más grande que una pulga. Mi piel arde con el calor del infierno, aunque más infernal es el frío que siento. No puedo dejar de temblar y todo da vueltas. Siento las articulaciones adoloridas y me empiezo a inquietar. Noto insectos negros que van subiendo por las cobijas. Me quieren alcanzar. Sacudo las piernas y obligo a mi razón a actuar. Son los 39° C. No hay insectos en la cama, aunque los vea. Mi cuerpo entero pesa como plomo y prefiero tener los ojos cerrados. Hay un leve escozor en mi nuca y pienso que es el bicho del almohadón de plumas bebiendo mi sangre. ¡Nerea, reacciona! Estos 39°C no me sientan nada bien. El estado duerme-vela propio de los delirios febriles me está enloqueciendo. No consigo descansar. Hay imágenes frente a mí, deformes, dando vueltas. Bailan y se esconden en los cajones. Me caí al mar de acero. Estoy empapada. Espera. No es agua, es sudor, helado y cristalino. Mi cuerpo se defiende del embate de la fiebre. Quisiera ayudarlo, pero mi mente está acorralada. Abro los ojos de nueva cuenta. Aún veo insectos e imágenes sin forma que saben a enfermedad, delirios alucinantes con olor a paracetamol. Sí, en definitiva, estos 39°C me hacen desvariar.

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