martes, 24 de mayo de 2011

Silencio

"La comprensión exige silencio [...] La mente es prisionera de las palabras, si un ritmo les pertenece, es el ritmo desordenado de los pensamientos; por el contrario, el corazón respira, de todos los órganos, es el único que late, y es ese latido lo que le permite entrar en sintonía con pulsaciones más grandes"
~Susanna Tamaro~

La muchacha, atrapada de forma indeleble e insalvable, estaba en su mente, divagando. Había crecido en un mundo de palabras huecas. Sonreír y asentir. Callar la realidad. Todos evaden la realidad de algún modo. Durmiendo, conectándose a algún aparato (televisión, reproductor de música, computadora), escribiendo. Las palabras, decía ella, la salvaban. Pero de hecho la traicionaban. Empezó todo cuando escribió algo que el novio en turno, un muchacho que apenas la estaba conociendo, malinterpretó. Ahí se rompió todo. Sus palabras tenían sentido únicamente para ella. ¿Se estaba volviendo loca? Era una cuenta cuentos, una poetisa, una mujer letrada y literata, pero incomprendida. Siempre incomprendida. Porque nunca decía la verdad. ¿Hablar de sentimientos? Nunca. Eso no se hace, eso se evita. Hablar de sentimientos molesta a la gente que rodea. Silencio y mentira. 

La muchacha, atrapada de forma insalvable, atormentada día a día, se iba hundiendo. Depresión, le dicen los psicólogos. Drama y berrinche de adolescente, le dice su padre y a veces una que otra persona que le rodea. ¿Y si supieran la verdad? ¿Si supieran todo lo que siente, que ya no respira, que se ahoga? Es prisionera de la palabras y éstas la traicionan. Sabe hablar de paisajes y de risas, de sueños y fantasías, de poemas y líricas, de temas eruditos y filosóficos, incluso. ¿Pero del corazón? ¿De esas cosas que de verdad hay que saber? Gnosei Seauton: Conócete a ti mismo. ¿Cómo se hace eso, cuando te has evadido por toda una vida? ¿Cómo o por dónde empiezas a conocerte si siempre has dado una cara?

Buscaba las palabras para describirse y era imposible. La muchacha estaba segura de haber perdido ya la razón. Loca en plena juventud, una vida desperdiciada. Harta del ruido se fugó al cuarto más alto, la buhardilla, donde sólo se escuchaba la vida transitar lejos, como en un sueño. Poco a poco los ruidos se deslizaban como agua entre las manos. Un pajarillo cantaba escondido en algún rincón, en alguna viga que la muchacha no se molestó en hallar. Se sentó a contemplar la nada. Poner la mente en blanco. ¿Cómo se hace eso con una mente activa? Abrazó las piernas, pegadas a su pecho, sentada en el suelo. Las lágrimas empezaron a fluir y con ellas una canción, de esas que cantaba cuando solía ir a misa, cuando cantaba en un coro. Pero poco a poco las palabras se desvanecieron y se convirtieron en tonada; las lágrimas, en torrente incontenible. Una vida de llanto guardado fluía.  De forma estrepitosa, sentía cómo su cuerpo se convulsionaba entre suspiro y suspiro. Se ahogaba. No eran ya pensamientos, era como una película sin sonido. Una vida entera. Una vida de mentiras no dichas: mentiras en los silencios. Y era en el mismo silencio que las resarcía, no con el mundo sino con la persona más afectada de todas: con ella misma. Lloró hasta que las lágrimas llenaron el suelo. Lloró hasta ahogarse. 

Cuando finalmente dieron con ella, estaba sentada, con la cabeza recargada contra las rodillas, inerme. Una sonrisa, la primera y última que era sincera en ella, iluminaba su rostro pálido. En el silencio había hallado la libertad.

No hay comentarios: